viernes, 27 de febrero de 2015

La simbología del Cristo de San Damián.




SÍMBOLOGIA DEL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN


Explicación de la iconografía del Cristo de San Damián
Escrita por Fr. Sergiusz M. Baldyga OFM
Edizioni Porziuncola
 



Contemplando el icono de San Damián, nuestra atención se centra rápidamente en la figura del Cristo crucificado que domina la superficie entera de la pintura no sólo por la grandeza de la imagen, sino también por los colores vivos, en contraste con el fondo negro. En la iconografía de la época, el color negro significaba la muerte o el demonio.

Si ahora nos ponemos a mirar el crucifijo notamos que los colores dominantes usados por el pintor son el rojo y el dorado: los dos colores que indican la divinidad y la eternidad. También se encuentran los colores azul y verde que hacen referencia al mundo y al curso de la historia humana.
Finalmente notamos que todo el icono tiene un marco pintado en conchas. Estas conchas desarrollan el aspecto sobrenatural y eterno de todo lo que está pintado en el interior.



Encima de la cruz leemos un letrero: “IHS NAZARE REX IVDEORUM”. Jesús Nazareno rey de los judíos.


Sobre esta inscripción vemos la figura de Jesús resucitado que asciende al cielo. La figura nos muestra a Jesús en movimiento ascendente, cubierto de un largo manto que es el estandarte de la Resurrección.

En la mano izquierda el Salvador tiene la cruz, signo de su victoria sobre la muerte. La mano derecha, en cambio, está levantada hacia Dios Padre. Alrededor de la cabeza, el artista ha pintado la aureola de la gloria. Si miramos con atención la escena, notamos como los ojos abiertos de Cristo, tan llenos de confianza y de paz, están dirigidos al Padre que, con su mano derecha bendiciendo, hace resurgir al hijo de la muerte y, al mismo tiempo, “bendice” toda la obra del Salvador del mundo.

La mano extendida, con tres dedos abiertos y los otros cerrados, comúnmente se identifica con la presencia de Dios. Según la tradición bíblica este gesto puede significar también poder y fuerza. Algunos, en este gesto, ven también la acción del Espíritu Santo. De cualquier forma la cercanía de los dos semicírculos no nos permite observar claramente la división del espacio entre todo lo que pertenece a Dios y todo lo que le pertenece al Hijo de Dios. Pero no hay ninguna diferencia, porque el color rojo, símbolo de la divinidad, une las dos escenas. Todavía nos queda por resaltar que el círculo, símbolo de la perfección, está cortada por Cristo, quien atraviesa los confines del presente y accede a la eternidad en el gran amor del Padre.


Toda la escena de la ascensión de Cristo está rodeada de ángeles y arcángeles. Sus rostros están radiantes de alegría porque Cristo ha vencido la muerte y ahora regresa a la casa del Padre. Las alas la cabeza y los brazos están en movimiento. También las manos las tienen abiertas como signo de saludo. Podemos afirmar que ésta es la escena más animada y alegre de todo el icono.



 Nos damos cuenta, además, que hay dos grupos de ángeles que están representados alrededor de las manos clavadas de Cristo y recae sobre ellos la sangre del Salvador. En sus rostros podemos observar conmoción piedad. De sus gestos y de sus miradas da la sensación de que están dialogando entre ellos y parecería como si estuvieran comentando, como si estuvieran presente en el mismo momento de la crucifixión, sobre este mismo acontecimiento. 

Rostro del Cristo
Observamos que sobre la cabeza del Señor no está la corona de espinas. En lugar de la corona de espinas lleva una corona de oro e inscrita una cruz griega.


El rostro de Jesús esta cubierto por un delicadísimo velo, casi una sombra alargando su mirada hacia la humanidad.
Los ojos, grandes y abiertos, confirman que Cristo muerto en la cruz está vivo y que ya la muerte no tiene nunca más poder sobre él.
Si nos fijamos bien, podemos observar como aparece una ligera sonrisa sobre sus labios. La cabeza, adornada de largos cabellos, y ligeramente inclinada hacia la derecha. Estos detalles particulares subrayan y resaltan la humanidad de Cristo que ha vencido a la muerte.
Algunos ven, en las arrugas de su frente, la imagen de una paloma (el Espíritu Santo). Podemos notar además que este tipo de iconografía pide pintar el cuello del personaje mucho más grueso para indicar la importancia del mismo. El cuello es tan robusto para “sostener” la fuerza del Espíritu que expira. En este icono de san Damián, el cuello de Jesús es grande y fino siendo desproporcionado.

Perizoma

El Perizoma, atado a la cintura de Cristo, no se parece al paño con el que, normalmente, se cubrían las partes íntimas del condenado.


Aquí vemos un perizoma de lino, bordado en oro, casi una vestidura sacerdotal para presentarse ante el pueblo e implorar el perdón de Dios para todos.
El Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo (cfr. Ex. 28, 40-43), nos ayuda a entender la proveniencia y el significado de la vestidura sacerdotal. El perizoma recuerda la dimensión del sacrificio sacerdotal de Jesús, mediador entre Dios y nosotros.
No podemos, tampoco, omitir el hablar de las llagas de las manos, de los pies y del costado. De estas heridas brota sangre para la redención del mundo.


Bajo los brazos del Cristo
Bajo los brazos extendidos de Jesús vemos dos grupos de personas. Son los testigos de la crucifixión de Cristo y, al mismo tiempo, las personas más cercanas a Jesús.


El primer grupo, a la izquierda, se encuentran la madre de Jesús y San Juan, el discípulo amado.
A la derecha encontramos pintadas las figuras de María Magdalena, de María, la madre de Santiago y al del centurión. En esta escena, María se está tocando la mejilla con la mano izquierda y con la derecha señala a San Juan; éste a su vez, señala a Jesús. También María Magdalena hace un gesto parecido. El comportamiento de los testigos de la crucifixión, traslucen tristeza y dolor y señalan al Señor que ha sufrido la pasión por nosotros.
El centurión romano, en el Evangelio según Marcos, declara: “Verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mc. 15, 39). Este es el comportamiento clásico del testigo cristiano. Los tres dedos levantados de la mano derecha es una auténtica confesión que dicen: “yo declaro que Cristo es el Señor”.
Otra interpretación identifica esta figura con el centurión del Evangelio de Lucas 7,7. Otra interpretación afirma que la pequeña cabeza que aparece detrás del centurión, es la del hijo curado según el Evangelio de Juan 4, 46–54
Tenemos, todavía, otras explicaciones sobre esta pequeña figura casi escondida: el siervo que, con atención mira a su señor y a Jesús; o la figura emergente de un pequeño grupo hipotético de personas que se encuentra detrás y que no se ven, pero representantes de cuantos miran de lejos la crucifixión; o el mismo autor del icono que se introduce devotamente en esta sagrada representación para testimoniar su propia presencia y su propia fe, según una práctica muy difundida entre los pintores del tiempo. Pero si aceptamos la hipótesis de que el autor de este Cristo de San Damián fue un monje Sirio, esta última hipótesis no puedes ser verosímil.
Estos personajes aquí representados son también los testigos de la resurrección de Jesús, comenzando por Maria Magdalena que fue la primera que encontró la tumba vacía.
El soldado romano y Estefano
Debajo de la figura de Maria y del Centurión podemos notar otras dos personas. A la izquierda el soldad romano, conocido como Longino, teniendo en su mano la lanza con la que traspasó el costado de Jesús. Una de las interpretaciones referidas al soldado afirma que la sangre caída de las heridas de Cristo, bajando por el codo curó a Longino de su ceguera espiritual.

En la otra parte vemos a Estefano. No tiene nada escrito a los pies, pero, sin ninguna dificultad, lo podemos señalar como el soldado que le ha dado a Jesús de beber, con una esponja empapada en vinagre. Estefano, en este icono, parece estar vestido con vestiduras romanas, pero, fijándonos bien, podemos decir que va vestido como un guardia del templo hebreo. Podemos suponer que han desaparecido de la pintura la caña con la esponja.

Parte inferior de la cruz


En la base de la cruz, tenemos pintadas unas conchas abiertas. Esto simboliza el misterio pascual que entra en la realidad humana y la hace participe de la divinidad. Los diferentes colores tienen un significado distinto: el negro recuerda el abismo de la muerte; el rojo es el color de la divinidad y también el color de la sangre salvífica de Cristo que brota de sus heridas. Una sangre que tiene el poder de curar todo mal y que está esparcida por toda la humanidad.
Según algunos estudiosos de este icono, esta escena con figuras poco visibles, que se encuentra debajo de los pies de Cristo, hace referencia a los santos del Antiguo Testamento liberados del limbo.
Además una hipótesis reciente, las dos figuras que se dejan entrever, representan los Apóstoles Pedro (a la izquierda) y Pablo (a la derecha). Esta hipótesis estaría confirmada por la presencia del gallo retratado a la altura de la pantorrilla de Cristo, verticalmente, justo sobre la cabeza de Pedro.
Hay también otra interpretación que ve en el gallo el nuevo día que surge, es decir, el día en que Cristo resucita al tercer día.
Es obligado recordar también que el gallo se ha convertido en símbolo de la esperanza; frecuentemente aparece, en el arte sacro, en los mosaicos y lámparas significando tal concepto.
Pero todavía tenemos otra hipótesis explicativa que ve en estas dos figuras a los santos patronos de la Umbría: San Juan y San Miguel. Las cuatro figuras, que casi no se ven y que simplemente se dejan intuir al lado de las dos imágenes de las que estamos hablando, según esta hipótesis, podrían ser San Rufino, San Juan Bautista y Santos Pedro y Pablo.
El deterioro de esta escena que se encuentra a los pies de la cruz se debe sin duda a la devoción popular que jamás se cansa de tocar los objetos de su devoción.

A pesar del gran dramatismo de la escena (el Salvador atado al leño de la cruz), da la impresión que Cristo vive y que su cuerpo resplandece con el fulgor propio de quien ha vencido a la muerte.





sábado, 21 de febrero de 2015

Sobre la Iconografía.



      "La Iconografía es la representación visible de «Lo Invisible»; es volver al símbolo, a lo simbólico. Porque el Icono se opone radicalmente, a todo cuanto es retrato, a lo subjetivo, a lo engañoso, a lo abstracto; el Icono es únicamente relación entre “la Persona” que representa y su “Cuerpo Celestial"

Sobre los Iconógrafos.

      Los maestros Iconógrafos indican: “el Iconógrafo debe poseer humildad, dulzura y piedad. Debe tratar de vivir en paz. No debe beber, ni robar. Ante todo conservará la fuerza del alma y del cuerpo. Si no puede vivir en celibato que se case. Si no es un monje, como laico debe buscar la santidad cumpliendo sus deberes de estado, pero aspirando a imitar el ideal propuesto por quienes se han apartado del mundo. Si no puede hacerlo efectivamente, tiene que hacerlo en su interior. Debe visitar frecuentemente a su Padre espiritual, contándole su manera de vivir. Guardará la disciplina y la castidad. Huirá de la imprudencia y de la agitación (desasosiego - ofuscación) porque el Icono es una escuela de paciencia, silencio y perseverancia”

      "Los pintores han de ser monjes o personas sumamente cercanas a la divinidad, que se sean lo suficientemente puros para que su mano sea guiada por lo divino, pues ellos sólo serán un simple instrumento a través del cual se manifiesta lo oculto, lo maravilloso. No nos debe, por tanto, extrañar las numerosas exigencias que debe cumplir un pintor antes de ponerse a su trabajo. A los lavados rituales (para conseguir una limpieza espiritual) se unirán las oraciones, ayunos y penitencias que aseguren a la persona una preparada para su sometimiento a lo transcendente.

Sobre la Iconografia 

"Es casi imposible comprender al icono fuera del medio en que ha sido creado, o sea del ámbito de la Iglesia.

El icono es "la teología de la imagen." "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" 

El nombre identifica la presencia; "el Nombre de Dios" no puede pronunciarse en vano. El icono del Cristo, no lleva nombre, sólo letras; es el inefable. Este hecho está enraizado en esa noción, por eso lo identifica como tal. Ningún icono está terminado si no se lo marca con el nombre de los que representa.

Todos los iconos del Cristo dan la impresión de una semejanza tal que se lo reconoce inmediatamente; pero esta semejanza no es un retrato.

El icono no es un objeto, ni un objeto de arte, es la imagen, la semejanza visible del Cristo, de quienes Lo precedieron, de quienes Lo acompañaron y de quienes Lo siguieron; es "belleza y luz," por la "Gracia de Dios." "

La parroquia de El Toboso acoge una muestra de Iconos Ortodoxos


















Bajo el título «La Triste Figura del Hijo del Hombre (Is 53,2)», El Toboso acoge una colección única de iconos originales

El lugar de la exposición no podía ser otro que la llamada “Catedral de la Mancha” o lo que es lo mismo, la I Parroquia de El Toboso (Toledo), desde este próximo 22 de febrero, una muestra de Iconos Ortodoxos, todos ellos obra de la gran iconógrafa, Carmen del Cerro.

La muestra está compuesta por un total de veinticuatro tablas originales más un conjunto de diecisiete tablas formando un iconostasio, estará visible en localidad durante toda la Cuaresma de este 2015 a la par que esta exposición es parte de los actos que la Parroquia de El Toboso está realizando con motivo del IV Centenario de la Publicación de la Segunda Parte del Quijote ).

Don Quijote que se definía a sí mismo como el «caballero de la triste figura», la muestra iconógrafa que estará en la iglesia toboseña lleva por título «la Triste Figura del Hijo del Hombre» y

La artista iconógrafa y creadora de estos iconos, Carmen del Cerro, recogiendo unas afirmaciones de su padre,Elías del Cerro, ha contado que “hacer un icono, construir un icono o pintar un icono es, además de un trabajo de tiempo paciente y duro, un rito: un rito genuino, auténtico. A la indudable habilidad manual, el previo estudio histórico y la disposición de los materiales, hay que añadir una singular actitud espiritual, que es lo más importante. La luminosidad espléndida que debe brotar del icono, no puede brillar si antes no lo ha hecho en la mente y en el corazón del pintor” una experiencia quiere transmitir en El Toboso.

Agenda de la Exposición

La inauguración expositiva de iconos será el próximo domingo 22 de febrero, sobre las 12:30 horas. Además del,Cerro, imparta un curso de iniciación a los iconos, entre los días 16 al 21 de marzo, en colaboración con la asociación local CEAR. Ese mismo sábado, por la noche, Carmen del Cerro será la encargada de pronunciar el Pregón de la Semana Santa de El Toboso 2015.

Carmen del Cerro

Realizó estudios de pintura y repujado de metales en los mejores centros especializados de Madrid. Durante más de veinte años ha impartido clases en colegios, centros de formación y manualidades y en su propia escuela-taller. A lo largo de su dilatada carrera profesional como una de las artistas iconógrafas más importantes en el ámbito nacional, ha participado en varias exposiciones colectivas como miembro de la Asociación de Artistas del Icono “Yaroslav” desde 1998 hasta 2008. Es miembro de la Academia Europea de las Artes y también ha promovido numerosísimas exposiciones en las que ha recibido diversos premios e importantes reconocimientos como el Gran Premio Internacional de la Academia Europea de las Artes en Gembloux (Bélgica) y medalla de Vermail. Premio Elena Monreal en París (Francia). Entre sus muchas exposiciones por toda la geografía española cabe destacar la muestra realizada en la Abadía de Santo Domingo de Silos (Burgos) y Exposición permanente en la Fundación Las Edades del Hombre en el Monasterio de Santa María de Valbuena (Valladolid)





viernes, 13 de febrero de 2015

Historia de la Virgen de Lourdes, día 11 de Febrero.







La Virgen de Lourdes es una de las advocaciones de la Virgen María más veneradas del mundo entero. Su historia comienza el 11 de febrero de 1858 en Lourdes, Francia.


Bernadette Soubirous era entonces una niña de catorce años, pobre e ignorante, pero muy devota de la Virgen María y el Rosario. Bernadette fue a Massabielle a recoger leña con su hermana y otra niña, pero al tener que cruzar un río, se quedó atrás debido a su salud delicada.


Bernadette estaba cerca de una gruta cuando escuchó un ruido y sintió un viento. La sorprendió la aparición de una nube dorada y a una mujer vestida de blanco. La mujer llevaba los pies descalzos y sobre cada uno tenía una rosa dorada. En la cintura llevaba una cinta azul ancha. En las manos, juntas y posición de oración, llevaba un rosario.


Ante la aparición de la señora, la reacción de Bernadette fue comenzar a rezar el Rosario. Según algunas versiones de esta historia, cuando Bernadette rezaba las Avemarías del Rosario, la señora no decía nada y solo pasaba las cuentas. Cuando rezaba los Padres Nuestros y las Glorias, la mujer rezaba a la vez que ella. Cuando Bernadette terminó de rezar, la señora regresó a la gruta y desapareció.


Bernadette contaba que ella no sintió miedo al ver a la señora sino que hubiera deseado quedarse contemplándola por siempre. Sin embargo, cuando regresó a su casa y su madre se enteró de lo sucedido, no le creyó. Le prohibió volver pero a los pocos días le permitió a Bernadette regresar a la gruta. La señora se le apareció otra vez. Esta vez Bernadette fue acompañada de otras personas.


Para comprobar si era cierto lo que veía, Bernadette le lanzó agua bendita a la señora y le pidió que si venía en nombre de Dios, diera un paso adelante. La señora dio un paso.


Más tarde pudo convencer a su padre de que la dejara regresar a la gruta y él le permitió ir el 18 de febrero.


Fue durante esta tercera aparición del 18 de febrero que la Virgen le pidió a Bernadette que regresara durante quince 15 seguidos. Le habló en su propio dialecto gascón, y se dirigió a ella usando el "usted" (voi) de cortesía. Le dijo: "¿Me haría usted el favor de venir aquí durante quince días?". También le prometió que sería feliz en el otro mundo.


Algunos que escucharon de las apariciones, creyeron en el suceso y acudieron a la gruta. Otros se burlaron de Bernadette y lo que parecía una creación de su imaginación. El 25 de febrero, Bernadette escarbó en la tierra para buscar un manantial que la señora le indicó y tomó del agua con tierra que pudo sacar.


Bernadette fue motivo de las burlas de muchos al ensuciarse con lodo la cara por obedecer el mandato de la señora de que se lavara en el manantial que aún no había aparecido completamente. Poco después brotaron las aguas del manantial milagroso, que desde entonces han sido vehículo de muchos milagros certificados por la Iglesia Católica.







Las apariciones continuaron. La señora animó a Bernadette a rogar por los pecadores y pidió que se construyera una capilla en ese lugar. También le pidió a Bernadette que besara la tierra como acto de penitencia y signo de humildad, una práctica que continúa hoy en día en Lourdes.


El 25 de marzo de 1858 la señora apareció por decimosexta vez. Fue entonces cuando Bernadette le preguntó 4 veces quién era y ella por fin le respondió que era la Inmaculada Concepción. Por ser Bernadette una joven analfabeta y sin acceso al dogma católico de la Inmaculada Concepción de la Virgen María que había sido proclamado el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX, estas palabras permitieron que, por fin, el sacerdote de su parroquia le creyera.


El 7 de abril, Bernadette permaneció en éxtasis durante la aparición de la Virgen, aún cuando la vela que sostenía le alcanzó las manos y se mantuvo encendida en ellas sin quemárselas.


La Virgen se le apareció por última vez a Bernadette el 16 de julio de 1858. Sus apariciones fueron declaradas auténticas el 18 de enero de 1862.

martes, 10 de febrero de 2015

El arte iconográfico



      El icono no fue inventado por los artistas, surge del pueblo y se convierte en una "tradición de la iglesia" y una regla confirmada. La iglesia a través de sus clérigos vigila para que los iconógrafos se abstengan de fantasear y sigan la tradición; y realicen iconos dentro de los cánones establecidos.
      Para ser un iconógrafo, el arte y el talento de un artista no bastan, aunque son necesarios. El icono para el iconógrafo es un camino; es una forma de vida, dedicada a la contemplación y al estudio. Para "escribir iconos" se necesita la ascetismo de la paciencia, del silencio, de la perseverancia y de la oración continua. El iconógrafo debe alcanzar el dominio de los medios con que trabaja para que ellos le sirvan para hacer un "relato del cielo."
      Un icono nunca puede descender por debajo de cierto nivel artístico. Es alabanza, canto y poesía en color; es una resonancia musical de líneas y formas. El icono no es la belleza tal como la concibe el arte profano, sino "la Verdad" que desciende y se viste con sus formas. El icono relaciona dos infinitos: "La Luz Divina" y el espíritu humano.
En el icono, el detalle queda reducido al mínimo y la expresión es lo máximo. Con laconismo y sobriedad, el icono se corresponde con la "Escritura Sagrada" sólo muestra lo esencial. Se debe renunciar a la expresión naturalista del espacio y con la profundidad deben desaparecer las sombras.
      El arte iconográfico, en lugar de representar una escena que el espectador mira, pero de la que no participa, representa personajes relacionados entre ellos por el sentido general de la imagen y unidos sobre todo al espectador mismo; porque es más importante la comunicación con el espectador que la acción representada, dado que, esta comunicación, debe conducirlo hacia su propio interior.
      La tradición eclesiástica cultiva el refinamiento en el estilo y el gusto; y el "canon iconográfico" precisa los grandes principios que conciernen a la forma y al contenido. La iconografía no es un libre juego de la imaginación sino la lectura de la Biblia y de los arquetipos y la contemplación de los prototipos; pese a ello, las reglas iconográficas no son inmutables; no comprimen la espontaneidad del iconógrafo.
La rigidez de la regla iconográfica preserva al iconógrafo del subjetivismo impresionista de los románticos; y la sujeción al ritmo contribuye a la claridad de la expresión y a su pleno poder. Aun así, sin abandonar los cánones, el iconógrafo puede modificar el ritmo de la composición, los contornos, las líneas cortas o largas, ciertos colores y los matices que llegan a ser únicos para cada artista; y con todo esto, puede expresar una característica totalmente personal.
      Iconógrafos como Andrés Rublev y Teofanes el Griego han escrito iconos con la misma composición y sobre el mismo tema; y resulta asombroso constatar que, a pesar de su parecido, no hay uno igual a otro. No es posible encontrar dos iconos idénticos, ni aun si son hechos por el mismo iconógrafo. Hoy día se pueden observar copias idénticas, realizadas por copistas que se dedican sólo a hacer este tipo de trabajo.
Cada icono, cada iconógrafo, cada escuela, tiene su propio sello.
      El arte iconográfico es un lenguaje, un sistema de expresión especial, cuyos elementos se relacionan con un sentido, de la misma manera que el pensamiento se relaciona con las palabras de una frase. Su contenido, su mensaje secreto, expresan "el mas allá."
"La crisis actual del arte sagrado no es estética; es religiosa" (Evdokimov). Si bien en los últimos años hemos visto resurgir el interés por los iconos, no se comprende su esencia, y aun existe a veces un "iconoclasmo" (rechazo del icono) encubierto, porque progresivamente se ha ido perdiendo el simbolismo litúrgico y la visión patrística de lo religioso.........