El icono no fue inventado por los artistas, surge
del pueblo y se convierte en una "tradición de la iglesia" y una
regla confirmada. La iglesia a través de sus clérigos vigila para que los
iconógrafos se abstengan de fantasear y sigan la tradición; y realicen iconos
dentro de los cánones establecidos.
Para ser un iconógrafo, el arte y el talento de
un artista no bastan, aunque son necesarios. El icono para el iconógrafo es un
camino; es una forma de vida, dedicada a la contemplación y al estudio. Para
"escribir iconos" se necesita la ascetismo de la paciencia, del
silencio, de la perseverancia y de la oración continua. El iconógrafo debe
alcanzar el dominio de los medios con que trabaja para que ellos le sirvan para
hacer un "relato del cielo."
Un icono nunca puede descender por debajo de
cierto nivel artístico. Es alabanza, canto y poesía en color; es una resonancia
musical de líneas y formas. El icono no es la belleza tal como la concibe el
arte profano, sino "la Verdad" que desciende y se viste con sus
formas. El icono relaciona dos infinitos: "La Luz Divina" y el
espíritu humano.
En el icono, el detalle queda reducido al mínimo
y la expresión es lo máximo. Con laconismo y sobriedad, el icono se corresponde
con la "Escritura Sagrada" sólo muestra lo esencial. Se debe
renunciar a la expresión naturalista del espacio y con la profundidad deben
desaparecer las sombras.
El arte iconográfico, en lugar de representar una
escena que el espectador mira, pero de la que no participa, representa
personajes relacionados entre ellos por el sentido general de la imagen y
unidos sobre todo al espectador mismo; porque es más importante la comunicación
con el espectador que la acción representada, dado que, esta comunicación, debe
conducirlo hacia su propio interior.
La tradición eclesiástica cultiva el refinamiento
en el estilo y el gusto; y el "canon iconográfico" precisa los grandes
principios que conciernen a la forma y al contenido. La iconografía no es un
libre juego de la imaginación sino la lectura de la Biblia y de los arquetipos
y la contemplación de los prototipos; pese a ello, las reglas iconográficas no
son inmutables; no comprimen la espontaneidad del iconógrafo.
La rigidez de la regla iconográfica preserva al
iconógrafo del subjetivismo impresionista de los románticos; y la sujeción al
ritmo contribuye a la claridad de la expresión y a su pleno poder. Aun así, sin
abandonar los cánones, el iconógrafo puede modificar el ritmo de la
composición, los contornos, las líneas cortas o largas, ciertos colores y los
matices que llegan a ser únicos para cada artista; y con todo esto, puede
expresar una característica totalmente personal.
Iconógrafos como Andrés Rublev y Teofanes el
Griego han escrito iconos con la misma composición y sobre el mismo tema; y
resulta asombroso constatar que, a pesar de su parecido, no hay uno igual a
otro. No es posible encontrar dos iconos idénticos, ni aun si son hechos por el
mismo iconógrafo. Hoy día se pueden observar copias idénticas, realizadas por
copistas que se dedican sólo a hacer este tipo de trabajo.
Cada icono, cada iconógrafo, cada escuela, tiene
su propio sello.
El arte iconográfico es un lenguaje, un sistema
de expresión especial, cuyos elementos se relacionan con un sentido, de la
misma manera que el pensamiento se relaciona con las palabras de una frase. Su
contenido, su mensaje secreto, expresan "el mas allá."
"La crisis actual del arte sagrado no es
estética; es religiosa" (Evdokimov). Si bien en los últimos años hemos
visto resurgir el interés por los iconos, no se comprende su esencia, y aun
existe a veces un "iconoclasmo" (rechazo del icono) encubierto,
porque progresivamente se ha ido perdiendo el simbolismo litúrgico y la visión
patrística de lo religioso.........
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